LA HISTORIA DE UNA FASCINACIÓN
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¿Siempre nos hemos sentido atraídos por las montañas? ¿Siempre hemos adorado la naturaleza? ¿En la antigüedad también disfrutaban de la montaña y las actividades que realizaban en ellas?
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Lo cierto es que no.
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¿Pero, en qué momento cambió? ¿Por qué empezó el ser humano a sentirse atraído por la montaña?
No es la historia del montañismo, ni del excursionismo, ni del alpinismo…
es la historia de una fascinación: La montaña.
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Y la historia de esta fascinación es la historia de un imaginario colectivo que está totalmente entrelazado con los inicios de la geología, la historia de la estética y el romanticismo, que minaron los cimientos de la religión en Occidente.
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¿Cómo veían las montañas en la antigüedad?
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Antes de la Ilustración, y sobre todo del Romanticismo, las montañas no se veían como algo bonito, sino más bien como un obstáculo.
Accidentes desafortunados de la tierra: peligrosos e incómodos, que dificultaban las comunicaciones, la ganadería y la agricultura.
Eran poco más que unas protuberancias horribles de la tierra.
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Sin embargo, todo aquel paisaje domesticado por el ser humano era símbolo de belleza: Los inmensos pastos, las cuadriculas que forman los campos cultivados, y en resumen, todo aquel paisaje fértil y acogedor para la vida.
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El miedo, desde la antigüedad, ha generado imaginarios colectivos de lo más variopinto.
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Las montañas generaban miedos por su grandiosidad y verticalidad. Por su desconocimiento. Por sus condiciones extremas. Porque muchos de los que se veían obligados a internarse en su reinado jamás regresaban.
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Por ello, las montañas albergaban monstruos, demonios, y toda clase de deidades malignas y caprichosas.
Estos seres sobrenaturales que habitaban las grandes montañas se encontraban en todos los rincones del planeta tras diversas imágenes.
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Pese a ello, a menudo las montañas fueron utilizadas como refugio en época de guerras. También fueron atravesadas por militares, clérigos y emigrantes que no tenían más opción que atravesar las sierras.
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Pero evitaban por todos los medios ascenderlas. Las bordeaban, seguían sus valles, pasaban por collados, pero las cimas se mantenían intactas.
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La religión consideraba que la tierra se había creado en “7 días” unos 4000 años A.c. y así se había quedado. Inmutable al paso del tiempo.
Muchos no entendían porqué se habían creado las montañas, parecían las “verrugas” de la tierra.
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En Occidente, la Ilustración inició un proceso de cambio de paradigma en cuanto a la visión mágica del mundo. Querían recuperar la razón clásica, de Roma y Grecia.
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La ciencia empezaba a imponerse tras siglos de oscuridad en la Edad Media.
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3 CAMBIOS DE PARADIGMA EN EL IMAGINARIO COLECTIVO
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¿Cómo es que ha cambiado tanto nuestra valoración del paisaje? Al fin y al cabo, en tres siglos las montañas no han cambiado.
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Pero lo que sí ha cambiado profundamente es nuestra imaginación.
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Emociones, sentimientos e imaginarios que impregnan las montañas de un aire especial, salvaje, mítico y sobre todo, intrigante.
Nos plantea retos y nos evoca historias de antiguos aventureros.
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Para empezar a entender este profundo cambio hay que situarse en la compleja sociedad del s.XVII.
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La Ilustración surge como reacción tardía a la Edad Media, controlada por la Iglesia. Los ilustrados, inspirados por la Roma y Grecia clásicas, empiezan a instaurar el método científico para leer y entender el mundo. Es la Era de la Razón pura, la Era de la Luz.
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Dos importantes inventos cambiarán esta visión para siempre: El microscopio y el Telescopio. Estos dos inventos revolucionaron la manera de ver el mundo e imaginarlo.
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De repente había muchos mundos en el mundo.
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Se descubrió el mundo microscópico y celular que se esconde en nuestro día a día. Y el universo macro, los planetas, el sistema solar y sus órbitas.
En este ambiente de cambio de paradigma y de imaginario, donde el espacio obtiene una nueva interpretación; aparece la Geología, una ciencia que introduce un concepto de tiempo totalmente nuevo.
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El llamado ”tiempo profundo”.
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De hablar de un tiempo a escala humana, a hablar del tiempo a escala geológica dónde la existencia del ser humano pasa a ser un segundo fugaz y menospreciable.
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Y no sólo esto, sino que con esta nueva idea de tiempo, todo aquello que se consideraba sólido e inmutable pasa a ser algo móvil y deformable.
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Las montañas ya no son inmutables, sino que se transforman y erosionan; se desgastan, se pliegan y se rompen, deslizan, se alzan, se hunden o comprimen.
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Es a partir de los primeros escritos de geología que la gente comienza a mirar las montañas de otra manera y a acercarse a ellas, intrigadas y fascinadas.
Se podría decir que es aquí donde realmente nace el montañismo o excursionismo, no sólo como un viaje a un territorio nuevo, sino también a un tiempo nuevo, al pasado remoto.
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¿CÓMO HA EVOLUCIONADO ESTA FASCINACIÓN?
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Del romanticismo al turismo.
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La Revolución industrial volvió a generar profundas transformaciones en estos imaginarios y emociones de la sociedad de la época.
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Pues en las grandes urbes la rápida industrialización hizo crecer en la población un fuerte sentimiento de desarraigo a la naturaleza, de alienación. Potenciado por el fordismo y los nuevos modelos de trabajo.
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La reacción fue tan potente como la propia industrialización.
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El romanticismo nació como reacción a los cambios económicos, laborales y paisajísticos del tejido social.
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Esta fascinación hacia las montañas fue cambiando. Ya no era el interés científico y la curiosidad el principal motor; sino el reencuentro con el Hombre, con la naturaleza y con la libertad individual.
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La belleza de las montañas y de todo lo natural se exaltan al máximo, y los grandes aventureros dan la vida por la exploración y la aventura en sí.
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Tras el Romanticismo volvieron épocas más oscuras. La industria, la tecnología, y el proletariado cambian, se transforman constantemente.
Pero también dan lugar al nacimiento de una obsesión.
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“Conquistar” las cimas más inaccesibles.
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Y nace en los Alpes Suizos, cuando en la Inglaterra del s. XIX descubren los paisajes alpinos y aparece una fiebre por escalar sus cumbres. Junto con el turismo de montaña que proliferó muy rápido.
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Dos cuestiones hicieron cambiar nuestra percepción del montañismo. La politización de la montaña y la mitificación de los alpinistas.
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Entre las dos guerras mundiales, los gobiernos utilizaron las hazañas alpinas para potenciar el nacionalismo y la rivalidad.
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Se la conoce como la época heroica, porque los alpinistas morían uno detrás de otro dramáticamente en aras de conquistar la cima.
Así se convertían en héroes nacionales y engrandecían sus patrias. El nazismo lo utilizó especialmente para potenciar la imagen de la raza aria.
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Tras las dos guerras mundiales, Europa estaba sumida en la miseria, desgarrada por los estragos del nazismo. El capitalismo es abrazado con más entusiasmo que nunca. Y con él, el progreso tecnológico.
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Poco a poco este sentido heroico se va viendo desplazado por una visión cada vez más deportiva.
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La Tecnología también nos aleja de la naturaleza y los modelos de trabajador-consumidor no sólo nos alienan tanto o más que el fordismo, sino que nos esclavizan con las estrategias más sutiles que han existido hasta la fecha.
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Voluntariamente esclavizados.
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La montaña, el riesgo, la aventura, lo desconocido… nos devuelven lo que realmente somos.
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Fruto del imaginario contemporáneo, nos acercamos a la montaña buscando muchas cosas… libertad; desconexión; Retorno a la naturaleza; reencuentro con nosotros mismos; el control de nuestra mente y la atención forzada en el presente que el riesgo nos impone.
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Pero el turismo de masas se decanta cada vez más por las montañas. Y aparecen innumerables problemas de sostenibilidad y malas prácticas por parte de los mercados que las explotan.
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Este turismo masivo y el Low cost nos lleva a “consumir” montaña, a objetualizarla y rentabilizarla. E inevitablemente a la pérdida de valores.
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El Low Cost de la aventura nos muestra una descafeinada caricatura del mundo de la montaña y pone en riesgo todo aquello que buscamos en ella.
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Es nuestra obligación plantearnos en qué punto nos encontramos exactamente y hacia dónde nos queremos dirigir.
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